Has decidido aparecerte
en mis inundados sueños como antaño
cuando tu presencia era de importancia
para complacer a mi mente y mi corazón que hoy ratifica que ya no te amo.
¡Oh qué tiempos aquellos!
En los que dejaba de ser yo para demostrar que te quiero,
tiempos en los que el amor tenía recesos
y el sexo era un insípido premio.
¿Recuerdas mis paseos en los nevados de tu pecho?
Yo tratando de hallar calor en el lugar más frío del mundo.
Tu aún inexperto cuerpo era mi mundo
y lo sabías pero aun así no tuviste reparo en lo que has hecho.
Mataste a nuestro amor de forma limpia
porque nunca hiciste más que ver agonizar
un «para siempre» que solo duró treinta días,
un corazón que se gastó lo cursi con la persona equivocada…
… un chico de veinte que se moría por amar…
Has decidido aparecerte
en mis inundados sueños como antaño
cuando contaba las horas para verte
y sentir la forma de tu cintura y de tus manos
¡Oh qué tiempos aquellos!
En los que hasta lloraba para demostrarte cuánto te quiero,
tiempos en los que pedías recesos
como si amar demandara tanto esfuerzo.
¿Recuerdas nuestra primera noche juntos?
Noche donde unas copas de vino
eran los autores de todos los puntos
del repertorio de nuestro mecánico amorío.
Eran días con una estatua de hielo,
eran largas noches con una muñeca de piel
que jamás susurraba un simple «te quiero»
entre sonrisas, entre gemidos,
entre lágrimas, entre suspiros…
Y ahora yaces varada en algún lado de mi mente
que colinda con los oscuros prados del olvido.
Mis manos ya no extrañan recorrerte,
mis ojos ya no lloran del tanto frío que sentía contigo.
Y ahora yaces varada en algún lado de mi mente
cual sirena arrastrada por la marea,
agonizante como el amor que una vez mataste
tan limpiamente como una avezada asesina.
AUTOR: Ariel Dom Trus