En busca de la felicidad

 

¿Alguna vez te has preguntado, al igual que yo, si eres verdaderamente feliz? Hay gente que considera a la felicidad como la conclusión de una “buena” vida, algo así como un ejemplo de causa – efecto, pero si les preguntáramos en qué consistió su “buena” vida, básicamente nos explicarían que se trató de nacer, crecer, tener una buena carrera, trabajar honradamente para ganar dinero (lo más que se pueda), procrear, jubilarse y esperar a la muerte (aunque actualmente muchos se saltan la parte de tener una buena carrera y procrean, para luego trabajar honradamente para ganar dinero); sin embargo,  yo no estoy de acuerdo con esa idea y, por consiguiente, me rehúso a seguir tal camino, porque pienso que la felicidad no es una recompensa a la bondad, no va a caer del cielo como la lluvia o la vamos a encontrar en el camino como tal vez sí una moneda; sino, es un estado de satisfacción que debemos conseguir por nuestra propia cuenta de la mano de nuestros talentos con los que nacimos y/o los que conquistamos a lo largo del tiempo, lo que implica tomar nuevos aires, abandonar lo viejo conocido para aventurarnos a lo nuevo por conocer, que puede traer consigo placeres y risas como también pérdidas y llantos amargos; es parte de la vida.

 

Existen especialistas como Jürgen Klaric y, muy por debajo de él, los falsos predicadores de la libertad y la felicidad – como los lava-cerebros de nuestra amiga o amigo que siempre quiere invitarnos a un Starbucks para decirnos que podemos ser ricos (sinónimo de «libre» y «feliz» para ellos) «emprendiendo» desde casa a través de un negocio multinivel – que sostienen que el dinero es capaz de comprar la felicidad porque nos da acceso al placer de los lujos y a compartirlo con quienes deseemos, pero Woody Allen menciona que el dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que requiere un especialista muy avanzado para comprobar la diferencia ¿Qué se puede rescatar de estas dos posturas? El dinero es importante, sí, porque nos permite adquirir los recursos para poder satisfacer nuestras necesidades (sean primarias o incluso de autorrealización, según Maslow), pero no es garantía de felicidad porque de ser así caeríamos en el error de creer que a mayor cantidad de dinero, más felices somos, y eso a la larga nos forzaría a hacer lo que sea – así nos guste o no – con tal de obtener dinero para sentirnos «contentos», perdiendo así la libertad e imitando los hábitos de un vicioso.

 

Entonces ¿Qué es la felicidad? La Real Academia Española la define como un estado de satisfacción tanto espiritual como física, y según Aristóteles, la felicidad depende de nosotros mismos ¿Y quiénes somos nosotros, las personas? Para Boecio, una persona es una sustancia individual cuya naturaleza es racional, y verdaderamente, es nuestro raciocinio lo que nos permite aprender a dominar nuestros talentos innatos y a conquistar los que creamos que van acorde a nuestra forma de ser ¿Qué se puede concluir de esto? Que la felicidad depende de nuestro desarrollo personal y no de agentes externos como el dinero; no obstante ¿Somos libres para ser felices?

 

Para definir a la libertad, podemos acudir nuevamente a la Real Academia Española que la precisa como la facultad natural de la persona de obrar de una forma u otra, y de no obrar; ergo, es responsable de sus actos, aunque Sartre nos lo simplifica con esta frase: «El hombre está condenado a ser libre.» Pero, volviendo a la última pregunta ¿Somos libres para ser felices? La respuesta es triste: no, porque una vez que acabamos la escuela o, es más, sin que aún la hayamos terminado, ya oímos a nuestros progenitores discutiendo sobre qué profesión es la más provechosa para nosotros – porque muchos de ellos todavía relacionan al dinero con la felicidad – y muchas veces nos instan a elegir a la que no nos gusta porque es la más solicitada en el mercado; nos obligan a cargar una cruz hacia el Gólgota de nuestra vida y muchos de nosotros cedemos porque somos muy jóvenes y tímidos para hacer prevalecer nuestra libertad y aventarnos a la búsqueda de la felicidad. Bien decía Jim Morrison que muchos padres cometen asesinatos con sonrisas en los rostros, destruyendo a la persona que realmente somos; aunque, siendo imparciales y reflexionando un poco, podemos deducir que lo hacen porque no quieren que suframos lo que de seguro ellos padecieron por circunstancias de la vida y que también restringieron su libertad para iniciar o continuar su búsqueda ; sin embargo, olvidan que la vida se trata de eso; de tanto reír como llorar, de experimentar el placer y el dolor de un modo u otros, porque esa es la condena de nuestra libertad; asumir las consecuencias de nuestros actos.

 

Finalmente ¿A qué conclusión podemos llegar con respecto a este tema? Podemos concluir que la felicidad es un estado de satisfacción completa que depende de nuestro desarrollo personal, es decir, que no es dada ni comprada; sino, obtenida gracias a nuestra libertad, por lo que en el camino perderemos amigos, pero ganaremos otros. Nos enfrentaremos a la sobreprotección de nuestros progenitores que subestimarán nuestras habilidades (mayormente artísticas) por temor a nuestro fracaso, pero habrá maestros que nos ayuden a mantener el impulso. Y creeremos haber conseguido la felicidad en un lugar, pero después podremos darnos cuenta de que no y nos marcharemos para empezar nuevamente de cero, porque de eso trata la vida; de explorar varios caminos, de probar diferentes estilos de vida como el Siddhartha de Hermann Hesse.

 

Ningún sabio, especialista, autoridad, ni libro podrá especificarnos cuál es la ruta directa a la felicidad, aunque la hayan conseguido, porque la felicidad depende de nosotros mismos y cada uno es una persona diferente, por lo que si algunos son felices ejerciendo una profesión, no significa que las universidades o institutos sean trampolines hacia la felicidad, o si otros la encuentran en el arte, tampoco es prueba de que esa sea la vía ganadora. Solo examinémonos, desarrollémonos y así hallaremos el camino. Seamos felices, no nos resignemos a vivir por más adversas que puedan ser las circunstancias.

 

 

Autor: Ariel Dom Trus

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